Un hombre de unos cuarenta años de edad, de
mediana estatura, pelo castaño y ojos claros se encuentra sentado en la
estación del metro de L'Enfant Plaza, en Washington DC en una fría mañana de enero.
De repente, se lo ve desenfundar de su valija personal un instrumento musical.
Comienza a tocar ante la indiferencia de la gente que lo rodea. Pasado un par
de minutos, se acerca la primera persona, un señor elegante de unos sesenta y
cinco años, este le arroja un par de monedas y sigue su paso, no se detiene. Tampoco
pierde tiempo en mirar al músico callejero.
Los minutos pasan, cientos de personas ansiosas corren
apuradas, hay empujones, gritos, pareciera que ninguno quiere perderse el próximo
metro para llegar a horario a su trabajo. Por su parte, el músico se encuentra ahí
en su lugar, firme y tranquilo con su violín entre sus manos, el cual le
permite ganarse la vida diariamente. De repente se acerca un pequeñín de unos
tres años y se queda alucinado unos cuantos segundos ante los pies del violinista
sin omitir palabra. Cuando de repente, su madre lo sacude del brazo con fuerza
imposibilitando decir nada. En ese momento se oye una pieza de Bach, el
niño gira su cabeza continuando su mirada fija sobre el músico hasta perderse
en medio de la muchedumbre. Pasado ya un cuarto de hora del arribo del músico,
la cantidad de personas que transita por la estación no cesa ni un instante,
son las 8:30 de la mañana en la capital y cada vez más gente comienza su semana
laboral.
Pasan los minutos, un joven apoyado en una
pilastra de la estación parece estar atento a la música clásica rimbombante, se
lo puede ver disfrutando de un cigarrillo y un café. Mira su reloj y parte sin
remordimientos al terminar su cigarrillo. Son pocos las monedas que se pueden
ver en la funda del músico. Una mujer se detiene delante de él, parecería ser
la excepción, le estaría tirando unas cuantas monedas, pero no es más que un
mísero dólar. La mujer se retira con una sonrisa. Pasada ya la media hora desde
la llegada del violinista a la estación, se acerca a la escena otro niño, esta
vez de la mano de su padre. Este no le permite detenerse ni siquiera un segundo
a escuchar el bello sonido desplegado del violín, el pequeño gira la cabeza,
mira hacia atrás y sigue caminando junto al adulto.
Son las 8:55 de la mañana, otra mujer se detiene
ante el violinista. Porta un sombrero negro, se la ve emocionada y estupefacta,
atónita como si hubiera visto a un fantasma, parece reconocer algo en él, le
deja un billete de 20 dólares. La mujer continúa emocionándose a cada segundo,
se le puede ver en sus mejillas unas cuantas lágrimas. La gente sigue
transitando sin cesar, son cerca de las 9:00, horario pico en todos los metros
de la ciudad. La música se detiene en un instante, la mujer se sorprende ante
el silencio musical, no se escuchan ni aplausos ni ningún tipo de
reconocimiento al músico. En cambio, a la mujer se la puede ver acongojada e
inmóvil como si le hubiesen quitado el juguete a la niña que dejo de ser años
atrás.
Pasado unos días del hecho, se publica en el
diario Washington Post, una nota titulada "El experimento Bell".
Joshua Bell era el músico que estuvo tocando de incógnito, unos 45 minutos sin
cesar en la estación del metro más de seis piezas de Bach con su flamante
Gibson Stradivarius tasado en más de tres millones de dólares. Bell es uno de
los violinistas más reconocidos a nivel mundial. Nadie ha reconocido al músico,
a excepción de la mujer de sombrero negro. Recaudó en total 32 dólares en el
tiempo transcurrido en la estación, de las más de mil personas que transitaron
en ese momento, seis personas se frenaron y lo oyeron unos segundos y veinte
personas le dejaron unas cuantas monedas sin detenerse ni un segundo. El resto paso
indiferente por delante del violinista.
El experimento social que se realizó estaba
basado en la percepción, el gusto y las prioridades de las personas. El
objetivo era poder analizar si en un ambiente banal e inesperado y a una hora inapropiada
podemos percibimos la belleza sin ningún encuadre. ¿Nos permitimos un mínimo de tiempo para apreciar
algo fuera de su contexto? ¿Es posible reconocer el
talento en un espacio fuera de su ambiente cotidiano? Pareciera a simple vista que no. En las situaciones en que el marco o el encuadre
pasa a ser casi invisible e imperceptible para los ciudadanos, como suceden en los
lugares de paso o de gran movimiento; como ser: en las calles, autopistas,
aeropuertos o estaciones de metro; la arquitectura, el espacio y la belleza en
general pierden importancia debido a que el tiempo pareciera ir más aprisa que
los sentidos humanos básicos. ¿Será que necesitaremos todo el tiempo de un
encuadre que nos acote visualmente, como sucede en el cine, teatro o televisión
para disfrutar de las cosas?
Con esto creo, que tanto el urbanismo
como la arquitectura y el cine, generan encuadres que inducen la manera de la
personas de ver las cosas, transmitiendo a su vez, cierta información y pensamientos
de un cierto lugar. El movimiento que por definición física, es la relación
entre el espacio y el tiempo, condiciona la manera de percibir las cosas. Un
elemento estático puede pasar muy fácilmente a ser un elemento dinámico,
produciendo un cambio en el sentir del espacio. La concepción espacial en la época
renacentista era unidireccional, debido a la invención de la perspectiva. Luego
esta perspectiva fue transformada posteriormente en un espacio multidireccional
durante el periodo barroco. El encuadre se amplió, a la perspectiva primaria de
un solo punto de fuga se le sumaron otros puntos de vista. Había mayor
información para divulgar y transmitir al ciudadano analfabeto. La iglesia había conquistado el espacio público
de la ciudad mediante el urbanismo y la
arquitectura (catedrales, monumentos, plazas, fuentes) y por medio de la
promulgación de la propaganda fide, evangelizó a los diferentes pueblos que iba
absorbiendo.
Es penoso y triste pensarlo pero me surge
la siguiente pregunta: ¿Será posible que el IPhone sea el nuevo encuadre que
tendremos que usar para poder disfrutar de algo bello en este mundo ya casi
fuera de contexto? La famosa frase del arquitecto estrella, Rem Koolhaas,
"Fuck the context" parecería tener más vigencia que nunca, ya que se
estaría evaporando todo el espacio público social por una urbanidad cada vez
más liquida y sin contexto de ciudad.
Autor: Bryk Uriel
eselente arkitecto, groso articulo!!!!
ResponderBorraryashar koaj
viva peron, viva peron kar@j@!!!!!
el enano negro
Muy bueno. Este es el que más me gustó !!!
ResponderBorrarSaludos